Consideraciones acerca de la Música Litúrgica a partir de los textos de Benedicto XVI

img.29

La música litúrgica
«..Cuando escuchamos un fragmento de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestro espíritu se ve como dilatado y ayudado para dirigirse a Dios».
En varias ocasiones  el Emérito Papa ha explicado las palabras del Concilio que se refieren a la música como parte integrante y necesaria de la liturgia solemne (cf. Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, 112); es más, ha afirmado que la música misma es liturgia. ¿Por qué  las consideraciones en el plano litúrgico significan un paso más? ¿No es verdad que se puede rezar en cualquier situación? Indudablemente. Pero en la liturgia, la Eucaristía significa que Dios ha respondido. La Eucaristía  es Dios como respuesta, como presencia que responde. En la liturgia, la iniciativa en la relación del hombre con Dios no es del hombre, sino del mismo Dios. Y además, el hombre no está solo, sino con toda la Iglesia, cuerpo de Cristo. La oración litúrgica se realiza en el contexto de la muerte y de la Resurrección de Cristo, del amor que ha vencido a la muerte. La fuerza de estos términos hace presagiar que la misma música litúrgica tiene una especificidad propia. En la actualidad, la música litúrgica se propone en términos problemáticos. La solución no se va a encontrar acudiendo directamente a los aspectos prácticos. Por ejemplo, es patente que muchas veces los encargados de pastoral no se entienden con los músicos, y que los músicos no se entienden con los encargados de pastoral. Este es un problema que siempre ha existido y que siempre va a existir. Pero no es el flanco fundamental. Para encontrar las soluciones es necesario conocer y comprender la esencia de la liturgia. Vamos a acercarnos en dos pasos.
 
a) En diálogo con Dios
En la liturgia se actualiza la Redención del hombre. El hombre, después del pecado, se da cuenta de que no es capaz de volver a Dios con sus propias fuerzas. Dios mismo le promete un Redentor. Cristo, el Buen Pastor, viene para cargarnos sobre sus hombros y llevarnos de vuelta a casa. Se encarna y se deja llevar a la Cruz para después resucitar y subir al cielo. En la Misa, actualización del sacrificio del Calvario, Cristo nos da a pregustar su venida gloriosa y nos asimila a Él. Cristo nos atrae a sí desde la Cruz, con sus brazos abiertos. Allí se tocan la misericordia divina y la miseria humana. Con ese amor radical, la muerte misma es transformada en resurrección por el amor y el hombre es transformado y salvado, injertado en Cristo. Desde esta premisa fuerte, ¿cuál es el lugar y la función de la música litúrgica? La liturgia habla de todo este amor de Dios por el hombre. Es más, actúa todo este amor, porque Dios es su agente principal. La belleza de la liturgia es el esplendor de las maravillas que se están operando. Pero es Cristo mismo, resucitado, el sujeto de esa belleza y el que nos permite entrever lo que está sucediendo. En la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI escribe:
«La verdadera belleza es el amor de Dios que se ha revelado definitiva- mente en el Misterio pascual. La belleza de la liturgia es un asomarse del Cielo sobre la tierra».
Y aquí llega, por fin, la música. Porque en lo que Dios revela al hombre, al traducirse en palabras humanas, hay una parte indecible que sólo se puede pronunciar y entender con el canto. No hace mucho, con ocasión de un concierto, decía el Papa Benedicto:
[Estos sonidos] «me han hecho olvidar la cotidianidad y me han transportado al mundo de la música que para Beethoven significaba “una revelación más alta que cualquier sabiduría y filosofía”. La música, de hecho, tiene la capacidad de remitir, más allá de sí misma, al Creador de toda armonía, suscitando en nosotros resonancias que nos ayudan a sintonizar con la belleza y la verdad de Dios, es decir, con la realidad que ninguna sabiduría humana y ninguna filosofía podrán expresar jamás».
b) La música de la fe
Se trata de entender cómo se entrelazan los elementos anteriores. El criterio fundamental de la música litúrgica no es el gusto personal. Tampoco lo es, en sentido estricto, cuánto contribuya una música concreta a facilitar la devoción. La comparación, aunque no es directa, es clara: las lecturas de la Misa no deben sustituirse por ningún libro de espiritualidad, por mucho que éste invite a la oración. La oración con el libro de espiritualidad tendrá su contexto, como cada música tiene el suyo.
El criterio se encuentra en la dinámica de la Encarnación del Verbo. Se trata de un movimiento en dos fases:
  1. El Hijo de Dios se ha encarnado. El Verbo, la Palabra, se ha materializado. Así se ha acercado hasta nuestra realidad, hasta nuestros sentidos. Así ha inaugurado el ser hombre en Dios. En esa línea discurre la realidad de los sacramentos.
  2. La muerte, la resurrección y la ascensión al cielo de Cristo pueden considerarse como una consecutiva espiritualización. Ir al encuentro de Cristo resucitado en la liturgia es una espiritualización. Pero debe entenderse bien, porque Cristo no ha abandonado el cuerpo. Por eso, es una espiritualización de la carne. En nuestra realidad corporal, el Verbo nos purifica, nos asume y nos hace hijos de Dios: nos hace conformes al Logos.
Este doble movimiento se da en la música litúrgica. Por una parte, los sacramentos quedarían sin su lugar propio si no se dieran en una liturgia que siguiera la expansión del Verbo en la dimensión corpórea y en la esfera de nuestros sentidos. De aquí deriva la necesidad de acudir a las esferas más profundas del comprender y del responder que se abren en la música. El Verbo, la Palabra, se hace música de la fe como encarnación. La madera y el metal se hacen sonar: materiales que, sin conciencia ni libertad, se usan para producir un sonido ordenado, lleno de significado. Hay que ir  a descubrir el canto que reposa en el fondo de las cosas y traducirlo en música de la fe.
Pero ese hacerse música de la fe es ya, en sí mismo, la segunda parte del movimiento, espiritualización de la carne. Benedicto lo explica en términos de integración. La música adecuada debe integrar los sentidos en la intimidad del espíritu. Y aún más, esa integración no se encuentra ya en el mismo hombre, sino en el movimiento que lo lleva más allá, hacia la intimidad del Verbo. Se llega, por fin, a descubrir cuál es el lugar y el papel de la música litúrgica:
«Libera la vía hacia el corazón, hacia lo íntimo de nuestro ser, allí donde entramos en contacto directo con el ser del Creador y del Redentor. Donde se verifica esto, la música se hace camino que conduce a Jesús; el camino por el cual Dios muestra su salvación».
En el contexto sacramental, la música es un código superior a las palabras y la mera razón. La música litúrgica abre a una mayor intimidad con Dios, amplía el vocabulario en la unión con el sacrificio de Cristo. Con ella, el corazón del hombre se capacita mejor para nutrirse de los sentimientos del Corazón de Cristo y, llevando consigo la creación, dejarse introducir en el diálogo de la Trinidad. ¿Qué mejor que lo bello para hablar de la belleza del amor de Cristo en la Cruz? ¿Quién mejor que el Espíritu Santo para conformar lo bello de modo que hable verdaderamente de Cristo?
Criterios prácticos para la música litúrgica
La liturgia no es un happening de bella factura. La liturgia es una fiesta porque la Redención obrada por Cristo ha dado una respuesta real a la muerte. Una vez que se ha entendido esto, y que no se trata de resolverla a base de hábil psicología o de aficionados voluntariosos, sino que lo importante es el Misterio, principalmente la acción de Dios y la consiguiente respuesta del hombre, sólo entonces se puede hablar de conclusiones prácticas. La música litúrgica debe servir a un mensaje que se realiza en el diálogo íntimo – propio de la liturgia – que, en presencia de la gracia, se da entre Dios y el hombre. Si la liturgia terrena se realiza en unión de la celeste, la misma música debe adecuarse a las circunstancias. La liturgia no se hace, sino que se acoge; y la música, igual. En cuanto fiesta, la liturgia se viste de esplendor y exige el poder transfigurante del arte. Es más, el verdadero lugar de nacimiento del arte es la liturgia. Cuando el arte se subordina a las leyes del mercado – como ocurre con la música pop –, es anulado en cuanto arte.
Es claro, por tanto, que no toda música sirve. Una música que se propone como litúrgica debe ser purificada, como el corazón del hombre. La música adecuada debe ser dócil y remitir al contacto con Cristo, a la integración del hombre hacia lo alto. El salmo dice: «psallite sapienter». En ocasiones se traduce por cantar bien. Pero entonces, ¿qué significa esa referencia a la sabiduría (sapienter) en el canto? El Papa lo explica por la afinidad que existe entre sabiduría y música. En ambas, el hombre se involucra por entero, con todas las dimensiones de su ser. Dios nos interpela en la totalidad de nuestro ser y la expresión musical es parte de la auténtica respuesta humana. Así, el cantar bien ha entrado en la conciencia de la Iglesia  como la exigencia en el nivel artístico para adorar a Dios. Los modos de expresión abiertos por la música son necesarios para nuestra respuesta.
Ante esta tarea, ¿cómo es posible llegar a una música litúrgica adecuada? Una comparación elemental: si dentro de una cultura no es admitido presentarse en sociedad con un traje manchado, tanto menos se admitirá que el sacerdote salga a celebrar la Misa con una mancha en el alba. Hasta aquí no hay duda. Y, sin embargo, la música, que es liturgia, ¿por qué debe admitirse siendo defectuosa? ¿Una actitud así no equivale a restringir a priori las posibilidades que Dios ofrece para unirse a Él, precisamente en la convergencia entre la correspondencia y la gracia?
La traducción a términos más inmediatos es múltiple y merece capítulo aparte. Pero se puede incoar algún ejemplo. Supongamos conocido el Magisterio sobre la música litúrgica y estimados los argumentos teológicos precedentes. ¿Qué decir del compositor y del oyente? El compositor de música litúrgica debe ser capaz de asumir la responsabilidad del inefable que puede llevar consigo la música. Las grandes composiciones litúrgicas son una exégesis del Misterio revelado. El punto de comparación que propone Ratzinger es la construcción del santuario en Israel: Dios comunicó a Moisés la forma que debía tener y los artistas trabajaron para reproducir la voluntad divina. La creatividad es participación en la creatividad de Dios. La implicación es doble. Por una parte, el compositor debe ponerse en situación de oír las indicaciones de Dios. Para ello, cuenta con una ayuda insustituible: la música sacra nace como un don del Espíritu Santo. En segundo lugar, el compositor debe ser experto. Sin oficio, no es posible escuchar fielmente un mensaje y tanto menos transmitirlo.
Por lo que se refiere al oyente, es ya fácil entender la grandeza del tesoro que ofrece la música litúrgica, y por tanto, cómo debe ser recibida, e incluso cómo debe entenderse la participación activa en la liturgia desde el punto de vista de la música. Pero estos puntos se pueden desarrollar en otra ocasión. Música litúrgica no significa música aburrida o sencillamente fea.
Música litúrgica no puede significar música banal o de fuego de campamento. Tampoco puede significar música propia de círculos exclusivos de eruditos. Hoy faltan modelos. El Emérito Papa ha propuesto vías para tratar de encontrarlos. Actualmente se está trabajando. Son necesarias un poco de paciencia, un poco de confianza y mucha oración.
—————————————————————————————————-
Adjunto al final de este post el CD «Alma Mater, Música desde el Vaticano» 
Este es un álbum que ofrece la voz del Emérito Papa Benedicto XVI en ocho piezas de música sacra moderna, inéditas, con la participación de grabaciones provistas por Radio Vaticano. La música está a cargo de la Royal Philarmonic Orchestra, que ejecuta todas las piezas. Cada tema musical contiene las palabras del Papa en el idioma original en que fueron recitadas, y la letra de los cantos está en latín; por tal motivo algunos de nuestros colaboradores han traducido estas palabras y nos ofrecen una reflexión.
1. Santa Madre de Dios – Santa Dei Genetrix

Por Walter Turnbull

 «La fe es amor y por lo mismo crea poesía y música. La fe es gozo, y por lo mismo crea belleza. Las catedrales no son monumentos medievales sino edificios vivientes en los que nos sentimos ‘en casa’; encontramos a Dios y nos encontramos con los otros. Tampoco es la música grandiosa —el canto gregoriano, o Bach o Mozart— cosa del pasado, porque vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe. Si la fe está viva, la cultura cristiana no llega a ser pasado sino que permanece viva y presente. Y si la fe está viva, también hoy podemos responder al perenne mandato de los salmos: ‘Cántenle al Señor un canto nuevo’»

(Benedicto XVI, Audiencia General en el aula Paulo VI, Ciudad del Vaticano, Mayo 21, 2008)

Canto

I. Señor, ten piedad – Cristo, ten piedad – Señor, ten piedad – Dios Padre Celestial, ten piedad de nosotros – Dios Hijo redentor del mundo, ten piedad de nosotros – Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.

II. Alégrate, Virgen, que a las palabra de Gabriel concebiste al Hijo de lo alto. Aleluya, aleluya, aleluya.

Alégrate, Madre de Jesucristo, que siendo virgen concebiste al creador de todas las cosas. Aleluya, aleluya, aleluya.

Alégrate porque Él se levantó de entre los muertos, volvió a la vida y recobró su galardón como tu paladín. Aleluya, aleluya, aleluya.

Alégrate, tú, a través de quien la naturaleza humana es exaltada por encima de los coros de los ángeles. Aleluya, aleluya, aleluya.

A ti, Madre, te suplicamos: haz que contigo nos alegremos en la tierra de los vivos. Aleluya, aleluya, aleluya.

Reflexión

Yo no me canso de oírlo, y hasta siento que mientras más lo escucho más me llena. Es un remanso de paz y de belleza en este mundo de angustia que cultiva la fealdad.

Es bella, bellísima, la música. Es solemne, armónica, grandiosa, como tenía que ser de una mente brillante y cultivada, un corazón sensible y refinado y un espíritu lleno de fe. De nuestro flamante Emérito Papa Benedicto XVI.

Son bellas las palabras que celebran el gozoso misterio: María, Santa Madre de Dios. Alégrate, María, porque, aun en medio de contrariedades, has visto su gloria y su triunfo. Alégrate; «dichosa tú porque has creído que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor», ha dicho santa Isabel. «Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada», ha dicho, a su vez, María.Son palabras de gozo y de esperanza en estos tiempos de depresión y desaliento. Una mujer como nosotros ha concebido en su inmaculado seno a Dios, para que Dios esté con nosotros.

La fe, dice el mismo Benedicto XVI en su parlamento, crea poesía y música, porque la fe viva produce almas enamoradas; y también crea belleza, porque habla de Dios y la belleza es la expresión de Dios. Y, a su vez, la belleza alimenta la fe, porque nos deja percibir a Dios y nos ayuda a creer en Él. Dichosa tú porque has creído, dichoso el hombre que cree en Dios. Haz, Santísima Madre, que igual que tú podamos creer para que podamos alegrarnos igual que tú.

Al Canto de Benedicto

Es remanso de paz y de belleza
que brota de una mente iluminada
por la fe y un alma enamorada
del arte en el que brilla la grandeza.

Que se alegre María en su pureza
—nos dice—, porque en ella fue exaltada
la humanidad y ha sido su mirada
la que en Jesús descubre su realeza.

La fe produce canto y poesía,
porque sabe de amor y paz y gozo,
y también la vivencia de lo hermoso
alimenta la fe, y da alegría.
Haz que cantemos siempre este glorioso
Misterio, y que exultemos con María.


2. Madre de la Iglesia – Mater Ecclesiae

Por Adolfo Orozco Torres

«Sí, queremos darte las gracias, Virgen, Madre de Dios y amadísima Madre nuestra por tu intercesión a favor de la Iglesia.

«Tú, que abrazando sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus fuerzas a la persona y a la misión de tu hijo, enséñanos a servir con el corazón y a meditar en el silencio, como lo haz hecho tú, los misterios de la vida de Cristo.

«Tú, que avanzaste hacia el calvario, profundamente unida siempre a tu Hijo, quien desde la cruz te entregó como Madre a su discípulo Juan, haz que te sintamos siempre también cercana a nosotros en cada instante de nuestra existencia, especialmente en momentos de oscuridad y prueba».

(Papa Benedicto XVI, Plaza de España, Roma, Italia. Homenaje a la Virgen, 8 de Diciembre de 2005)

Canto

Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes, ruega por nosotros.
Madre de Cristo, ruega por nosotros.
Madre de la divina gracia, ruega por nosotros.
Madre Purísima, ruega por nosotros.
María, tú eres pura, integra y casta.
Te haz convertido en la luminosa puerta del cielo.
Oh querida Madre, providente de Cristo,
acepta en tu piedad nuestras alabanzas.
Corazones y labios devotos piden por ti ahora;
sean puros nuestros corazones y cuerpos
por el dulce sonido de tus oraciones.
Obtén para nosotros el perdón eterno,
¡Oh dulce! ¡Oh Reina! ¡Oh María!
Solo tú te conservas en toda tu integridad y pureza.

Reflexión

Esta hermosa y profunda canción nos llena de esperanza al recordarnos que, así como María acompañó en todo momento al Salvador, así nos acompaña en nuestra peregrinación por este valle de lágrimas. María compartió en forma discreta, aunque no por discreta menos dolorosa, la Pasión, pues los Evangelios sólo la mencionan al pie de la cruz, aunque sabemos que ella vivió paso a paso los sufrimientos de Cristo. Así también ella nos acompaña día a día en nuestras penas y alegrías y está siempre con nosotros, confortándonos y transmitiéndonos el amor de su Hijo.

El Santo Padre nos recuerda que María acompañó a Jesús desde el momento mismo de su libre y gozosa aceptación de la voluntad del Padre. Desde ese momento ella se convierte también en acompañante de todos y cada uno de nosotros. A ella le debemos todos los momentos de consolación y de acercamiento a su Hijo, pues recordemos que ella es Madre del buen consejo, Virgen clemente, Causa de nuestra alegría, Puerta del cielo, Refugio de los pecadores y a través de ella fluyen todas las gracias sobrenaturales por voluntad misma de Cristo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»

El canto nos recuerda cómo María, a pesar de todos los ataques del enemigo y de todas las dificultades por las que atravesó, desde su posible rechazo por su divino embarazo, la persecución de Herodes, la huida a Egipto, hasta la injusta y cruel condena y ejecución de su Hijo muy amado, permaneció inviolada, esto es, según lo entiendo, que ninguno de sus sufrimientos amenazó o disminuyó su fe, su amor y su fidelidad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.


3. Abogada Nuestra – Advocata Nostra

Por María Mayela Fernández de Vera

«Santa Madre de Dios, ayúdanos a experimentar el poder de la reconciliación y del perdón. Ayúdanos a ser pacientes y humildes, pero también libres y valientes como tú en la hora de la Cruz. Tú cargaste a Jesús en tus brazos, el Niño bendito, que es también el Señor del mundo. Tú, que cargaste al Bendito, te convertiste en una bendición. Bendice este pueblo, esta ciudad y este país. Muéstranos a Jesús, el bendito fruto de tu vientre. Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

(Papa Benedicto XVI, Marienplatz, Alemania, 9 de septiembre de 2006).

Canto

Madre del Redentor. Puerta del Cielo.
Estrella del mar, ayuda a levantarse al que cae
y cuida de tu pueblo.
Tú, la que engendraste la naturaleza maravillosa
de tu santo Padre.
Virgen antes y después del saludo de labios de Gabriel.
Ten misericordia de nosotros los pecadores.

Reflexión

María nos ve con misericordia de Madre. Mira cuáles son las necesidades de sus hijos y con amabilidad nos defiende, nos acompaña, nos da, en su consuelo, un consejo para seguir a Jesús. María pide por sus hijos. Si ella pide, pide desde el amor de Dios, y si da, nos da desde ese mismo amor, en esa transferencia amorosa dentro de su corazón puro, dentro de su ternura de Madre.

María es la puerta del cielo, la estrella que nos guía, la Virgen fiel a Dios Padre antes y después del anuncio del ángel es Madre misericordiosa con sus hijos. En los momentos más difíciles ella se acerca generosa si se lo pedimos; nos guía como estrella hasta la luz de Cristo, pero su compasión no se queda en el Cielo. María se nos muestra cercana, nos toma de la mano en los caminos oscuros, y en su amoroso corazón nos lleva, como llevó a Cristo en sus brazos; nos lleva en la vida diaria, en las alegrías y en las penas; nos lleva a la Casa Eterna y vive en la nuestra, en nuestros pueblos, en nuestras ciudades, en nuestro mundo, con la bendición del Salvador, que, al engendrarse en ella, la convirtió en una bendición. De nuestra Madre, nuestra abogada, nos vienen bendiciones de Nuestro Señor, a quien ella ruega por nosotros incesantemente, con el amor infinito que de Él procede.


4. Bendita Tú – Benedicta Tu

Por María Velázquez Dorantes

«Que el alma de María esté en cada uno de nosotros para proclamar la grandeza del Señor; que el espíritu de María esté en cada uno de los que nos gloriamos en el Señor. Si, según la carne, sólo una mujer es Madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo. De hecho, toda alma contiene en sí misma la Palabra de Dios./El alma de María glorifica al Señor y su espíritu se exalta en Dios, porque, consagrada el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un Dios solamente, de quien procede todo, un único Señor, en virtud del cual todas las cosas existen. / Oremos al Señor para que nos ayude, ensalzadle con el espíritu y el alma de María y llevad a Cristo de nuevo a nuestro mundo».

(Papa Benedicto XVI, audiencia general en el Aula Paulo VI, Ciudad del Vaticano, 15 de febrero de 2006)

Canto

Proclama mi alma al señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado a su sierva en su pequeñez; ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.

Señora, mira a tu pueblo, oh bella dama quien llena de alegría el honor de hoy; yo también soy alegre y corro a tus pies. Oh Virgen María, ruega por mí.

En este valle de dolor todos invocamos ayuda. Este título hermoso te corresponde. Oh Virgen Santa, ruega por mí.

Tu corazón bueno y misericordioso, lleno de tesoros, es un refugio para el pecador. Oh Virgen Santísima, ruega por mí.

Reflexión

Un canto de elogios al corazón amoroso de María, Madre del Cristo Salvador. Tierra fértil para quienes buscan su ayuda. Inspiradora música que llega al corazón de quienes suplican la intercesión de María. Cristo y María aparecen siempre indisolublemente unidos y, junto a ellos, el pueblo de quien María se convierte en la Madre espiritual.

Corredentora y distribuidora de las gracias, bajo la voluntad de Jesús quien en la cruz nos hereda a tan bella mujer como Madre. Ahora ella es testimonio vivo en todos los hombres.


5. Causa de nuestra alegría

Por Walter Turnbull

«Espejo de justicia, ruega por nosotros. Trono de la eterna sabiduría, ruega por nosotros. Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros. Vaso espiritual, ruega por nosotros. Vaso insigne de devoción, ruega por nosotros. Rosa mística, ruega por nosotros.

«Llena de gracia eres, María, porque acogiendo con tu sí el proyecto del Creador, has abierto el camino de la salvación.

«A ejemplo tuyo, enséñanos a pronunciar también nosotros nuestro sí a la voluntad del Señor.

«Un sí que se una sin reserva y sin medida a tu sí, el cual la voluntad del Padre Celestial ha querido que sea necesario para engendrar el hombre nuevo, el Cristo, único salvador del mundo y de la historia.

«Danos el valor de decir no a las ilusiones del poder, del dinero, del placer, a la ganancia deshonesta, a la corrupción y a toda hipocresía, a todo egoísmo y a la violencia. No al maligno, embustero príncipe de este mundo. Sí a Cristo, que destruye el poder del mal con la omnipotencia del amor.

«Sabemos que sólo corazones convertidos al amor, que es Dios, pueden construir un mejor futuro para todos».

(Papa Benedicto XVI, plaza de España, Roma, Italia, 8 de diciembre de 2006)

Canto

Salve, gloria del mundo, Virgen Madre protectora
Salve, llena de benignidad, salve, salve María
Salve, Llena de Gracia, señora de los ángeles
Salve, ilustrísima, salve, salve María
Salve, honra de las vírgenes, salve, salud de los hombres
Salve, poderosísima, salve, salve María
Salve, Madre del Señor, engendradora del Altísimo
Salve, prudentísima, salve, salve María.
Salve, Puerta del Cielo, salve, refulgente
Salve, resplandeciente, salve, salve María
¡Salve, salve María! ¡Salve, salve María!

Reflexión

Tenemos razón para estar alegres. Aun en este mundo en que gobierna como príncipe el maligno, el embustero, el padre de la mentira, podemos estar alegres.

María, la brillante, la hermosa, la más resplandeciente que el sol, el espejo que refleja la justicia de Dios, la que guarda toda la sabiduría espiritual, la que es vasija de verdadera devoción a Dios, en su inmensa prudencia ha dado a Dios su «Sí», al plan de redimir a los hombres para una vida de gloria eterna; ha permitido a Dios abrir el camino de la salvación que, de antemano, había dispuesto para nosotros. Podemos estar alegres.

Con eso María se ha convertido en Madre del Altísimo, engendradora de Dios, llena de Dios el cuerpo y el alma: Llena de Gracia. Y Dios se complace en ella y la erige Señora de los ángeles, poderosísima Reina de Cielos y Tierra. Y es también nuestra amorosa Madre protectora. Podemos estar alegres.

El hombre cae en su debilidad y el mundo se corrompe y se destruye, pero se puede esperar un mejor futuro: el mal no tiene la última palabra. La Gloria está presente en el mundo, y podemos unirnos a Ella si junto con Ella decimos también «sí». Ella puede darnos fuerzas. Podemos estar alegres. María es Puerta del Cielo, puerta abierta por la que Dios ha querido llegar a nosotros y por la que nosotros podemos llegar a Dios.

Ciertamente eres, María, la causa de nuestra alegría, y la alegría de Dios también.

También la bella música, la verdad manifiesta, la palabra excelsa, que hacen de este mundo un lugar más hermoso, nos llenan de alegría y de esperanza. Bien lo dice él mismo, nuestro querido Benedicto XVI: «…sólo corazones convertidos al amor, que es Dios, pueden construir un mejor futuro».


6. Auxilio de los cristianos

Por María Mayela Fernández de Vera

«Cuando rezamos el Rosario revivimos los importantes y significativos momentos de la historia de la salvación y volvemos a recorrer los diferentes momentos de la misión de Cristo. /Con María volteamos nuestros corazones hacia el misterio de Jesús. Ponemos a Cristo en el centro de nuestras vidas, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, contemplando y meditando sobre Sus misterios de luz, de gozo, dolor y gloria. /Ayúdanos, María, a recibir la gracia que estos misterios emanan, para que a través de nosotros se irrigue la sociedad, por nuestras relaciones cotidianas con Dios».

(Papa Benedicto XVI, La oración del Rosario, basílica de Santa María Mayor, Roma, Italia, 3 de mayo de 2008).

Canto

Dios te salve, reina del cielo
Dios te salve, reina de los ángeles
Salve a la raíz, salve a la puerta,
porque Su luz brilló en el mundo.

Alégrate, gloriosa Virgen,
la más hermosa:
Adiós, llena de gracia,
ruega a Cristo en nuestro nombre.

Reflexión

María nos hace mirar a Cristo, meditar en su misterio, en nuestra vida cotidiana, y, especialmente, en el rezo del Rosario. Meditamos en su gozo, en su luz, en su dolor y en su gloria, para contemplar a Cristo como centro y sentido de nuestra existencia.

En medio de las dificultades y penas de la vida; en este ambiente materialista, lleno de vacíos y trampas, Dios nos ve con amor a través de los ojos de María, que nos tiende su mano amorosa para levantarnos y cuidarnos, para llevarnos de la oscuridad del nihilismo y la desesperanza a la luz omnipotente y viva que es Cristo. Aunque el camino sea adverso, aunque esté sembrado de dolor, María nos acompaña, y, pidiendo a Dios con su corazón puro, nos ayuda con generosa disposición de Madre. Rogamos a María afligidos o tristes, y en los acontecimientos de cada día la sentimos presente, cuando nos atiende con ternura, con profunda delicadeza. Sus palabras de Madre Auxiliadora resuenan en la pregunta y en la certeza: ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?


7. Reina del Cielo – Regina Coeli

Por María Velázquez Dorantes

«María ha dejado atrás la muerte, está totalmente revestida de vida, la vida de su Hijo, Cristo resucitado. Así es signo de la victoria del amor, de la bondad y de Dios, dando a nuestro mundo la esperanza que necesita. Volvamos esta noche la mirada hacia María».

(Papa Benedicto XVI, Homilía en la procesión de antorchas, Lourdes, Francia).

Canto

Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque Aquel a quien llevaste, aleluya,
ha resucitado como Él dijo, aleluya. Ruega a Dios por nosotros, aleluya.

Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque el Señor ha resucitado en verdad, aleluya.

Oremos: Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por la intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a alcanzar los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor, amén.

Reflexión

Voces para el alma, cantos para el corazón, llevando a María al centro de la humanidad como portadora de la luz de la esperanza: Cristo, el Hijo amado por el Padre, que con el Espíritu Santo hacen Trinidad Una.

María es el vehículo de la paz divina y celestial. Por ella los hombres se encuentran con Cristo y, a través de ella, las alegrías de la vida son dignas de llevar.


8. Maestra nuestra

Por Walter Turnbull

«Madre nuestra, protege a la familia brasileña y latinoamericana. Ampara bajo tu manto protector a los hijos de esta patria querida que nos acoge.

«Tú que eres la Abogada ante tu Hijo Jesús, da al pueblo brasileño la paz duradera y prosperidad completa.

«Concede a nuestros hermanos de toda la geografía latinoamericana un verdadero celo misionero irradiador de fe y de esperanza.

«Haz que tu llamada desde Fátima para la conversión de los pecadores se haga realidad y transforme la vida de nuestra sociedad.

«Y tú, que desde el santuario de Guadalupe intercedes por el pueblo del continente de la esperanza, bendice sus tierras y sus hogares. Amén».

(Benedicto XVI, Santuario de María Aparecida, en Aparecida, Brasil, 12 de mayo de 2007).

Canto

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Recíbenos, Madre, Maestra y Reina nuestra. Ruega a tu Hijo, el dueño de la mies, que envíe más trabajadores a su mies. Aleluya. Alaben al Señor todas las naciones. Celébrenlo todos los pueblos, porque es fuerte su amor hacia nosotros, y la verdad del Señor dura por siempre (Salmo 117(116)). Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén.

Recíbenos, Madre, Maestra y Reina nuestra. Ruega a tu Hijo, el dueño de la mies, que envíe más trabajadores a su mies. Aleluya.

Oremos por nuestro Papa Benedicto.

«El Señor lo conserve y lo guarde y le dé larga vida y lo haga dichoso en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos».

Reflexión

María es Madre de Dios y Madre Nuestra, nuestra abogada, nuestra alegría, nuestro auxilio, y sobre todo nuestra maestra, nuestro ejemplo en el camino de la santidad y del apostolado. Es la reina de los apóstoles y estrella de evangelización. De nada servirían nuestra veneración y nuestro cariño si no siguiéramos sus pasos en la construcción del Reino de Dios.

El delicioso camino de las letanías llega al final con el mismo despliegue de belleza y majestad, y con tres puntuales peticiones que miran a la difusión del Evangelio:

Porque el dueño de la mies envíe más trabajadores a su mies; más sacerdotes, los hijos predilectos de María, para que con ello se acreciente la alabanza y el conocimiento de la Verdad y del amor de Dios, que nos ha demostrado con el don de su Verdad, su perdón y el alimento de su Cuerpo, que recibimos de manos de los sacerdotes.

Por la Iglesia de América, el continente de la esperanza, para que de ella salga la salvación para todos los pueblos. El Santo Padre invoca a María desde el santuario de Aparecida, recoge una petición de la Virgen de Fátima y pide su intercesión desde el santuario de Guadalupe para que nos proteja y nos conceda un verdadero celo misionero, irradiador de fe y de esperanza. Que la presencia de María en Europa, en Hispanoamérica y en Brasil nos ilumine y fortalezca para esta gran misión.

PARA DESCARGAR, SELECCIONE EL SIGUIENTE LINK:

LUEGO, VERÁ USTED A LA IZQUIERDA DE LA PANTALLA LA CARPETA LLAMADA «ALMA MATER» ACOMPAÑADA DE UN SÍMBOLO ROJO. LUEGO PRESIONE  CLICK DERECHO SOBRE LA CARPETA Y SELECCIONE LA OPCIÓN «DESCARGAR» 

Un pensamiento en “Consideraciones acerca de la Música Litúrgica a partir de los textos de Benedicto XVI

Deja un comentario