Cristo Rey y laudes regiae

En la Edad Media, hacia la época carolingia (s. IX) aparecen unos formularios de aclamaciones con carácter evidentemente litúrgico, pues se cantan dentro del templo, en la Misa de determinadas festividades, entre la colecta y la epístola.

Son laudes o alabanzas en honor del Papa, del Emperador y de otros personajes principales, y tienen su antecedente próximo en las aclamaciones al Papa hechas en la vía pública. En la Edad Media se cantaron en Francia, Alemania, Italia y hasta la región dálmata del Adriático. El tipo romano de estos laudes es más corto y dirigido únicamente en alabanza del Papa.

Los laudes galicanos (Laudes regiae, Triumphus, Laudes Hincmari, por atribuirse gratuitamente al arzobispo de Reims, Hincmar) son más extensos y, junto al Papa, nombran al obispo, al soberano y otros personajes regios, a los que desean vida, salud, gloria y victoria (los vita et victoria de los laudes imperiales paganos); comienzan siempre con el «Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat»,  aclamación que se remonta mucho antes, y se basa en la costumbre de saludar a los generales romanos y emperadores a su regreso victorioso en señal de triunfo. Tras las invocaciones (v. letanías) a los santos, coreadas con el «Tu illum adiuva», «ayúdale», terminan con repetidos «Feliciter, tempora bona veniant, ad multos annos, amen», de felicidad y buenos augurios para el porvenir.

Actualmente se cantan en las más solemnes liturgias papales, con motivo de grandes acontecimientos de la Iglesia universal:  Misa inaugural del ministerio petrino de los Sumos Pontífices, Doctorado de Santos, Sínodos de Obispos, etc.

                                                        

 

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Música pop en la liturgia: reflexiones de J. Ratzinger

magnoExtracto de un trabajo publicado en 1990 por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, con el título Premisas bíblicas para la música de Iglesia. La versión española que reproduzco puede encontrarse dentro del libro Un canto nuevo para el Señor (ed. Sígueme, Salamanca, 1999).

Ratzinger detecta en nuestra época una suerte de esquizofrenia artística entre el pop,con su pretensión de ser la música “popular”, y un esteticismo elitista que sólo es aceptado por un público minoritario. Ambos son incapaces de cumplir con lo que se espera de la música en el culto a Dios.

Dado que el capítulo referente al elitismo de la música “culta” contemporánea es de interés sólo para un número reducido de lectores, me limito a reproducir aquí las reflexiones de Ratzinger sobre la música pop. Aquí las tienen (las negritas son mías):

 Si el elitismo estético es incompatible con la misión de la música de la Iglesia, también lo es el pragmatismo pastoral que busca sólo el éxito. Cuando en una conferencia anterior sobre “liturgia y música de Iglesia” señalaba yo la incompatibilidad del rock y el pop con la liturgia eclesial, alzaron la voz todos aquellos que se sentían obligados a demostrar una vez más su actitud progresista. Apenas he oído verdaderos argumentos al respecto.

Pero mis referencias valían fundamentalmente para la música rock, cuya oposiciónantropológica radical a la imagen del hombre y a la vocación cultural de la fe han aclarado ya otros detalladamente y con gran competencia. Sólo me referí al pop de pasada, y por eso mis palabras pudieron adolecer de cierta fundamentación.

El pop -lo dijimos ya-  pretende ser música popular frente a la música elitista. Y es comprensible la pregunta: ¿no es eso lo que necesitamos? ¿no ha sido siempre la Iglesia el hogar de la música popular? ¿no se ha renovado siempre su expresión musical a partir del suelo nutricio de la música popular?

Debemos ser rigurosos en el análisis. El pueblo al que se refiere el pop es la sociedad masificada.

La música popular en sentido originario, en cambio, es expresión musical de una comunidad sin fronteras, aglutinada por la lengua, la historia y el modo de vida, que elabora y configura sus experiencias por medio del canto: las experiencias hechas con Dios, las experiencias del amor y del sufrimiento, de nacimiento y muerte como participación en la naturaleza. Su modo de plasmación musical puede calificarse de ingenuo, pero viene de un contacto originario con las experiencias básicas de la existencia humana, y es por eso una expresión de la verdad. Su ingenuidad pertenece a ese modo de simplicidad que puede dar lugar a la grandeza.

La sociedad masificada es algo muy diferente de la comunidad de vida que sustentó la música popular en sentido antiguo y original. La masa como tal no conoce experiencias de primera mano, sino experiencias reproducidas y estandarizadas. Por eso la cultura de masas se orienta a la cantidad, a la producción y al éxito. Es una cultura de lo mensurable y lo vendible. En esa cultura se inscribe el pop. Es -como ha formulado Calvin M. Johansson (Music and Ministry. A Biblical Counterpoint, Peabody Massachusetts, 1984, pag. 50) – el espejo de lo que es esta sociedad: la materialización musical del kitsch.

Nos llevaría demasiado lejos glosar aquí los excelentes análisis de Johansson, a los que me remito expresamente. Se hace popular, en el sentido del pop, algo que tiene demanda.

Se fabrica pop en una producción industrial como se fabrica mercancía técnica en un sistema totalmente inhumano y dictatorial, según expresó Paul Hindemith (A Composer’s World, citado por Johansson).

Para la melodía, la armonía, la orquestación, etc., el pop cuenta con especialistas propios que montan el conjunto conforme a las leyes del mercado. “La característica fundamental de la música pop es la estandarización”, observa Adorno (citado por Johansson).

Y Arthur Korb, cuyo libro How to Write Songs That Sell ( “Cómo escribir canciones que vendan” ) ya es bastante revelador en el título, constata con franqueza que la música popular “se escribe y se produce primariamente para ganar dinero”.

Por eso hay que ofrecer lo que a nadie disgusta y a nadie exige en el fondo, conforme al lema “dame lo que ahora deseo sin costes, sin trabajo, sin esfuerzo”.

Por eso Paul Hindemith habló de “lavado de cerebro” a propósito de la presencia constante de este género de ruido que apenas cabe llamar música; Johansson añade que nos incapacita gradualmente para escuchar, para oír; nos vuelve musicalmente inconscientes.

¿Hace falta mostrar aún en detalle que este enfoque es incompatible con la cultura del evangelio, el cual intenta rescatarnos de la dictadura del dinero, de la producción, de la mediocridad, y llevarnos a la disciplina de la verdad, que precisamente el poprechaza?

¿Es un éxito pastoral dejarnos llevar por el vendaval de la cultura de masas y hacernos así corresponsables de la reducción del hombre a la minoría de edad?

El medio de comunicación y su contenido deben guardar entre sí una relación congruente y que tenga sentido. Pero este medio -dice Johansson- mata el mensaje: “kills the message”.

La trivialización de la fe no es una nueva inculturación, sino la negación de su cultura y la prostitución con la incultura.

 

Fuente: http://infocatolica.com/

Rorate Caeli – IV Domingo Adviento

RorateMass-1024x490Con estas palabras comienzan tanto la antífona de entrada del cuarto domingo de Adviento como un hermoso y popular canto religioso tradicional en este tiempo litúrgico. Aunque el comienzo de su texto sea el mismo se trata de dos cosas distintas:

La antífona de entrada o Introitus del cuarto domingo de Adviento es una pieza absolutamente litúrgica, con un lugar propio y específico en el culto, que es la llegada al altar del celebrante al comienzo de la Misa de este domingo de Adviento.

El canto “Rorate caeli” no es estrictamente litúrgico, en cuanto no tiene un lugar propio y específico en el culto. Es costumbre tradicional cantarlo durante el Adviento al comienzo de la Exposición del Santísimo Sacramento, y también en el Ofertorio, después del canto propio, allí donde hay cantores capaces de entonar el ofertorio propio de cada domingo.

El comienzo del texto está tomado de Isaías 45, 8:

Rorate, caeli, desuper, et nubes pluant justum;

Destilad, cielos, desde lo alto, y que las nubes lluevan al justo;

Aperiatur terra et germinet Salvatorem.

que se abra la tierra y brote el Salvador.

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Rey del cielo, bienvenido seas

entrada-en-jerusalenHimmelskönig, sei willkommen, BWV 182, cuyo título puede traducirse en  «Rey del cielo, bienvenido seas»  fue probablemente, la primera cantata que compuso Bach para la Schlosskirche de Weimar. Estrenada el 25 de marzo de 1714 de ese año, además de ser la fiesta de la Encarnación, era Domingo de Ramos. La obra gira en torno a las lecturas del domingo. Tiene especial relevancia en la obra la flauta dulce.

La sonata inicial tiene forma que se asemeja a una obertura francesa con las cuerdas acompañando en pizzicato. Tras este movimiento instrumental, el coro inicial tiene una estructura simétrica en ABA con un bello da capo conclusivo. Un recitativo que acaba en arioso pone música a las palabras bíblicas. A continuación viene una sucesión de tres arias con una instrumentación especial gracias a sus instrumentos obligados: violines y violas, flauta dulce y solo en continuo.

Sin duda Bach era un maestro en crear atmósferas y lo consigue en estos fragmentos. Posteriormente nos encontramos con un coral, «Jesu, deine Passion», en estilo de Pachelbel, con las voces en imitación excepto las sopranos que son las que cantan la melodía coral. La obra termina con otro coro que es la contrapartida al primero, con pequeños y juveniles motivos, alejados de las grandes profundidades que el maestro compondría en Leipzig.

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I Domingo de Cuaresma: El Salmo de las tentaciones

Cristo 5Es el Domingo de las tentaciones de Cristo. Una antífona del oficio divino nos lo recuerda con una límpida síntesis: “Ductus est Iesus in deserto ut tentaretur a diabolo», Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el demonio. La totalidad de las cinco piezas propias del primer domingo de Cuaresma – introito, gradual, tractus, ofertorio, communio – están tomados todos ellos del salmo 90, algunos versículos de este salmo aparecen varias veces en la misma misa.

En el relato evangélico se lee también, en particular, el momento en el cual Satanás le pide que se tire del pináculo del Tempo y ratifica su propuesta citando las Sagradas Escrituras: “Angelis suis mandavit de te…”, ha dado una orden a sus ángeles y ellos, con sus manos, te sostendrán.  Este es, precisamente, un versículo del salmo 90 que la liturgia ha adoptado sabiamente en el canto de gradual que sigue a la primera lectura.

– Angelis suis Deus mandavit de te, ut custodiant te en ómnibus Viis tuis. V.: In te portabunt manibus, ne unquam offendas ad lapidem pedem tuum. Sigue leyendo